19 DE julio DE 2016
Vidal Maté. @trigolimpio_VM
La gran distribución de bienes de gran consumo y, muy especialmente en el segmento de la alimentación, por las guerras de precios a la baja de los diferentes grupos; por el peso tan elevado de las marcas blancas baratas; por las cuotas de entrada o las mordidas para acceder a sus lineales; por el efecto negativo que señala Promarca de sus política sobre las marcas de los fabricantes en materia de márgenes comerciales o la apropiación de su innovación; por su recurso a las importaciones más baratas; por acaparar el 71% de los expedientes incoados por parte de la Agencia para la Información y el Control de la Cadena Alimentaria (AICA) por incumplimientos de los plazos de pago o la firma de contratos; por otras tantas razones que podría poner sobre la mesa cada afectado, constituye muchas veces una pesadilla y el objetivo de sus críticas para la industria alimentaria y para el propio sector agrario.
Aunque sobre el papel en España funcionan más de 50.000 tiendas y 200.000 establecimientos de hostelería, la realidad es que solamente diez grandes grupos controlan más del 50% de las ventas, porcentaje que se incrementa en otros casi 10 puntos más que acumulan pequeñas y medianas cadenas locales o regionales con un total de unos 19.000 supermercados. En consecuencia, es esta la distribución que ha devenido en las últimas décadas, que tiene todos los indicios de haber llegado para quedarse con el grueso de un negocio global superior a los 90.000 millones, al margen de los nuevos mecanismos de ventas que han irrumpido en los mercados y que, sobre todo para esas miles de empresas de tamaño medio, son indispensables para la comercialización de sus productos.
Sin meter a toda la gran distribución en el mismo paquete y con las mismas estrategias, la realidad es que actuaciones de precios escandalosamente bajos por parte de algunos grupos para determinados productos como aceite leche o carne de conejo, incluso con posibles ventas a pérdidas, han dado lugar a la creación progresiva de una imagen global de la gran distribución ante el sector agrario y una gran parte de la industria como ese enemigo a quien se querría eliminar por su posición de prepotencia o con quien al menos se querría poder negociar en plan de igualdad para lograr un equilibrio entre los intereses de todos los que forman parte de la cadena alimentaria.
Al margen de que se puedan organizar en el futuro algunas fórmulas alternativas de comercialización para llegar directamente al consumidor, lo cierto es que esta gran distribución, y de sus estrategias, depende la rentabilidad y viabilidad de las industrias y la rentabilidad de la actividad agraria. Unas políticas basadas en precios bajos, precios reclamo, venta a pérdidas, apuesta por las importaciones baratas o pagos aplazados, todo ello por las guerras entre sí para lograr más cuota de mercado, estarían poniendo en peligro las bases de la actividad agraria y la de la industria. Por el contrario, una gran distribución consciente y convencida de su papel podía constituir una base importante para impulsar un cambio en las producciones agrarias, una mejora en la imagen y presentación de las mismas y no deteriorar la imagen de los productos de calidad por sus guerras de precios a la baja o los festivales de ofertas que hemos visto no solo en las últimas semanas.
La gran distribución es la pieza clave en la cadena alimentaria hacia arriba, pero con efectos directos más dañinos hacia abajo. Analizando la realidad, cuando algo no funciona y perjudica gravemente a unos sectores clave, sería necesaria también una Administración que se mojara más para tapar ciertos agujeros negros en la normativa actual en manos de Agricultura para que todo funcionara con equilibrio de intereses. Pero parece que eso es algo que le trae al fresco a los responsables de Competencia, tan defensores ellos en esto de la alimentación de la economía de mercado para oponerse a que los productores se organicen mínimamente frente a los cuasi monopolios de la distribución que campan a sus anchas con el IPC barato como santo y seña. Es importante un compromiso de la distribución con los consumidores para ofrecer el mejor producto al mejor precio, pero es igualmente importante su compromiso con la rentabilidad de los productores y la industria. La distribución es pieza clave para la vida de millones de personas que se hallan detrás de los lineales.
No es lo mejor la actual situación de guerras entre partes desequilibradas. No se puede regular una actividad de libre mercado, pero sí atajar los abusos. En algunos países, los Estados han dado toques de atención a los mismos grandes grupos que operan España para que respetaran el derecho a vivir de las industrias y del sector agrario y abandonaran los precios-festival. En España, algún grupo sólo entendió el mensaje con medidas de fuerza para cambiar de actitud. El pacto metido con calzador de Agricultura no fue la solución por la infidelidad de las empresas, pero algo ha contribuido a poner más sensibilidad. La gran distribución, a estas alturas del desarrollo del modelo, es necesaria, pero debería dejar de ser ese enemigo con el que sufre pesadillas el resto de la cadena para ser ese compañero conciliable que puede y debería jugar un papel y que, lejos de asfixiar, mejorara e hiciera más viable la actividad industrial y agraria.
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