6 DE febrero DE 2017
Jordi Domingo. Coordinador de proyectos de Fundación Global Nature
Nuestros científicos llevan años explicándonos la diferencia entre tiempo y clima. El clima poco tiene que ver con lo frío, cálido o húmedo que nos parezca este invierno o el verano anterior. Es más bien una compleja descripción estadística de la variación de algunos parámetros físicos durante períodos muy extensos de tiempo. En este sentido no caben dudas, ni mala memoria, ni teorías conspiratorias. Y lo cierto es que tenemos suficientes pruebas y con un alto grado de certidumbre de que el clima ha cambiado y que lo seguirá haciendo en las próximas décadas. La mala noticia es que estos cambios tienen una dirección clara, o dicho de otro modo, el clima no cambiará hacia algo que no sabemos (y que potencialmente podría ser beneficioso) sino en una dirección que impactará sobre nuestras vidas.
Europa se ha calentado en los últimos 15 años casi 1ºC con respecto a la época preindustrial. 15 de los 16 años más cálidos registrados han ocurrido desde el año 2000 hasta la fecha, y el año 2015 batió su propio récord como el año más cálido desde la era preindustrial. Cada década que pasa, la temperatura sube entre 0,1ºC y 0,24ºC, lo que por cierto concuerda con las predicciones de los científicos. Desde 1880, se ha comprobado que las olas de calor son más frecuentes y duraderas… en fin, las estadísticas no mienten y el cambio, nos guste o no, es una realidad.
La agricultura es una actividad altamente dependiente de las condiciones meteorológicas (ahora sí, de lo que llamamos “el tiempo”) por lo que su capacidad de adaptación a los cambios es más crítica que en otros sectores. Conocemos además qué parámetros en particular son más determinantes. Los más evidentes son el déficit de agua en ciertos periodos, el exceso de agua, las altas temperaturas o las bajas temperaturas… pero esto son tendencias a largo plazo para los que ciertos sectores o cultivos podrían prepararse. El problema es que además, el sector es muy sensible a otro elemento crítico que desgraciadamente también forma parte de las predicciones climáticas: los eventos meteorológicos extremos… Digamos que nuestros cultivos o animales pueden ir adaptándose, dentro de unos límites, a unas condiciones más cálidas o secas, pero difícilmente podrán hacer frente a fenómenos imprevisibles y extremos como sequías, lluvias torrenciales, granizo, etc. Y sí, como ya hemos visto, parece que también serán más frecuentes.
Los científicos que trabajan en estos temas centran sus atenciones sobre todo en dos frentes. Por un lado, en aportar a la sociedad modelos predictivos de cómo variarán estos parámetros críticos y, por otro lado, en las soluciones que se pueden poner en marcha para limitar los efectos negativos del cambio climático. En el primer caso, hay avances muy interesantes y actualmente hay proyecciones climáticas con mucha precisión estadística y geográfica que nos ayudan a imaginar las condiciones futuras de nuestra agricultura. En el segundo de los casos, los expertos están adelantándose y proponiendo soluciones agronómicas, tecnológicas o incluso cambios normativos. Al fin y al cabo, si el agua se convierte en un recurso más escaso, no solo habrá que centrar las energías en desarrollar tecnologías de riego más eficientes, cultivos más adaptados o cambios en labores agronómicas. Con toda seguridad, también habrá que plantearse cambios en la estrategia hidrológica nacional o planificar la producción agraria.
La Fundación Global Nature ha comenzado un proyecto LIFE+ llamado AgriAdapt junto con tres socios europeos, cada uno de ellos como representante de las cuatro principales zonas climáticas europeas. Durante tres años se trabajará en los tres sistemas productivos más importantes de la Unión Europea (cultivos herbáceos, producción animal y cultivos leñosos) con el fin de testar la eficiencia de medidas para la adaptación al cambio climático. Partiendo de los escenarios previstos de cambio climático, la idea no es solo comprobar su eficiencia desde el punto de vista agronómico, sino evaluar cuales de ellas generan otras sinergias ambientales, sociales y su viabilidad económica para así elevar propuestas legislativas realistas a nivel regional, nacional y europeo.
El proyecto contempla el trabajo a pie de explotación con 120 agricultores y ganaderos europeos. En esta cuestión radica una de las ventajas del mismo: trabajar de la mano de los agricultores a escala de explotaciones agrarias y ganaderas. Este hecho permite, por un lado, poner en práctica en campo soluciones agronómicas que vienen del mundo científico, podríamos decir del laboratorio y, por otro lado, tener en cuenta su realidad y comprobar si esas soluciones son viables. Además el proyecto contempla la realización de planes de formación, reuniones con autoridades, intercambio con otros expertos y acciones de comunicación para difundir los resultados a diferentes niveles. Se trabajará no sólo con agricultores, sino también con centros de formación, empresas del sector agroalimentario, estándares de calidad agroalimentaria, seguros agrarios, cooperativas, y diferentes administraciones.
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