16 DE diciembre DE 2020
Felipe Ruano. Presidente de la Asociación Española de la Industria de Panadería, Bollería y Pastelería (ASEMAC)
En este año extraordinariamente negativo, todo lo que ha sucedido como consecuencia del COVID19 ha afectado a los pilares de cualquier empresa: en el caso de la panadería, bollería y pastelería, los proveedores han visto seriamente dañada su economía y han sufrido serias dificultadas a la hora de proveerse de suministros. A ello se suma la mala situación financiera de muchos de nuestros clientes, que incluso han tenido que sobrevivir sin ningún ingreso por el cierre temporal (y en algunos casos permanente) de sus establecimientos. A ello hay que sumar el hecho de que el personal trabajador ha tenido que cambiar su manera de trabajar, adaptándose al cierre temporal o parcial de sus fábricas y oficinas, así cómo a nuevos horarios y a nuevas rutinas. Sin olvidar que los accionistas y empresarios de las compañías han tenido que luchar tanto para soportar esos inconvenientes como contra la tremenda incertidumbre que, desde hace meses, sobrevuela los comités de dirección, los centros de decisión, los consejos de administración o la cabeza de cualquier directivo al mando.
En este bisiesto 2020 nuestro sector, que ha estado 30 años creciendo en lo que se refiere a las masas congeladas y que, muy hábilmente, ha ido aumentando su cuota de mercado tras superar hasta el descenso del consumo de pan y bollería durante los difíciles años pasados, va a sufrir una caída muy importante en volumen. A nadie le extraña que una importante caída de ventas supone una caída de resultados, de remuneración a los accionistas y, además, algunos ajustes laborales. Para superar esa situación, habrá un incremento de los gastos financieros y, seguramente, nuestros presupuestos y balances estarán en constante revisión durante 2020, 2021 y 2022. El objetivo pasa por recuperar la senda, primero de la estabilidad y después, del lento crecimiento, adaptándose a las formas de trabajar en producción y en comercialización, a los posibles incrementos de productividad y al entorno del consumo. Van a ser años muy difíciles para financiar las inversiones necesarias.
Como la economía y el gran consumo es un conjunto, no solo dependeremos de nosotros mismos, sino de cómo evolucione el entorno económico global, particularmente en los países europeos, con quienes más relación tenemos para aprovisionamientos y de quien depende buena parte de nuestra exportación y nuestro turismo. Si no vuelven a visitarnos, no seremos capaces de compensar los ingresos de los millones de visitantes que cada año llegan a España y que aún desconocemos cuándo podrán volver.
Y, por si fuera poco, en este entorno de dificultad, dudas y temores, están presentes la ausencia de claro liderazgo político, la desconfianza ciudadana en muchos mensajes gubernamentales, la sensación de improvisación e inexperiencia en la gobernanza de la nación, y la sensación de que estamos abocados, por todas esas causas, a una nueva época de decadencia que nadie sabe cuándo y cómo terminará.
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