Ricardo Migueláñez. @rmiguelanez
Cada año, los Gobiernos destinan importantes sumas de dinero en subvenciones a los distintos sectores económicos. Unos reciben más y otros menos, teóricamente en función de su importancia estratégica y de las dificultades que padezcan en cada momento.
La industria del cine, la automoción y otros ámbitos de actividad reciben apoyo estatal con el objetivo de fomentar su crecimiento, la innovación, la cultura y la competitividad o, en algunos casos, simplemente para sostener el tejido empresarial que pasa por malos momentos.
Sin embargo, cuando esas ayudas van al sector agrario generan un debate constante, no exento de polémica, incluso entre los propios beneficiarios de éstas y en el medio rural, entre los que las reciben y los que no. ¿Por qué estas diferencias de criterio? ¿Es acaso el cine o la fabricación de coches más esenciales que la producción de alimentos?
El sector cinematográfico percibe importantes subvenciones para su sostenimiento económico porque promueve la cultura, genera empleo y, en algunos casos, proyecta la imagen del país a escala internacional. No obstante, es también una industria que puede atraer inversión privada y adaptarse a las demandas del mercado, e incluso en muchos casos crear corrientes de opinión.
Lo mismo ocurre con la automoción, beneficiaria recurrente de fondos públicos bajo la premisa de que impulsa la economía, sostiene empleos, fomenta la innovación tecnológica y genera exportación -por cierto, con una factura inferior a la del conjunto del sector agroalimentario-. Sin embargo, se trata de un sector con importantes ganancias y con acceso a financiación privada.
En cambio, la Agricultura, pilar fundamental del abastecimiento alimentario, se enfrenta a constantes dificultades económicas y a crecientes complejidades normativas. Agricultores, ganaderos y pescadores deben cumplir con estrictas regulaciones para mantener los estándares europeos de calidad y sostenibilidad, pero a menudo reciben precios cuando logran vender sus productos, que no están relacionados con los costes de producción y, además, compiten en desventaja con importaciones mucho más baratas.
Sí, la Agricultura también recibe subvenciones importantes de los Gobiernos y de la Unión Europea, pero en muchos casos resultan insuficientes y no compensan la brecha de renta que existe con otros sectores de la actividad económica. Y eso dificulta también la atracción de nuevas generaciones a una actividad clave para garantizar nuestra seguridad alimentaria.
Más allá del formato actual de estas ayudas o de la necesidad de reformarlas, una cosa es del todo indiscutible: sin agricultores, ganaderos y pescadores, nuestras despensas y restaurantes se quedarían vacíos. Y sin un relevo generacional que garantice la actividad en el sector primario, el futuro de nuestra alimentación se verá comprometido, y luego veremos qué hacemos.
Cuando España entró en la UE, tal vez se pensó que las ayudas de la Política Agraria Común (PAC) eran suficientes para estrechar la brecha de renta con otros sectores económicos y que los presupuestos nacionales podían destinarse a financiar a otros sectores. Sin embargo, el número de explotaciones agrícolas y pesqueras se viene reduciendo drásticamente año tras año, porque los productores no logran hacer suficientemente rentable su actividad.
Por eso, es un buen momento para replantear el modelo de ayudas públicas. Apoyar sectores estratégicos, como el cine o la automoción, es totalmente legítimo, pero no se puede ignorar la importancia de la Agricultura en la vida cotidiana y en la seguridad alimentaria.
Las políticas públicas deben garantizar un reparto equilibrado de los recursos, priorizando aquellas actividades que realmente sostienen el bienestar de la población. No es solo una cuestión de justicia, sino de sostenibilidad y futuro.
Habría que analizar el actual sistema de ayudas, que no ha logrado frenar el abandono de las explotaciones, y desarrollar políticas estructurales con cargo a los Presupuestos Generales del Estado y de las CC.AA. que contribuyan a cicatrizar esta sangría de activos y ocupados en el sector primario, que no nos va a llevar a nada más que a una situación que no será del gusto de nadie. De eso estoy seguro.
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