14 DE marzo DE 2025
Ricardo Migueláñez. @rmiguelanez
Europa está atravesando una fase de cambio profundo. Las certezas que antes definían su camino, como el multilateralismo, el libre comercio y el compromiso con la cooperación global, se encuentran en una encrucijada, al menos temporalmente, porque no sabemos ahora mismo cómo va a evolucionar la política internacional.
Las crisis económicas, políticas y sanitarias de este cuarto de siglo han dejado cicatrices profundas, pero también han abierto la puerta a una transformación que podría redefinir la identidad del continente. Esta identidad podría ser futurista, buscando un papel en las esferas donde se decide lo que está pasando en el mundo, o continuista, cerrándonos en nosotros mismos y en nuestra razón, que nada tiene que ver con lo que pasa en el mundo.
En este contexto, el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca representa añadir una capa extra de incertidumbre. Con su retórica de "América primero" y su postura proteccionista, Trump ha reavivado el temor a una “guerra” comercial, con sus continuas amenazas de imponer aranceles “recíprocos” a los productos europeos y del resto del mundo.
Ante esta amenaza, parece que la UE no se quedará quieta y contestará, según el caso, con una “respuesta firme”, según las palabras de Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea. La diplomacia sigue siendo la primera respuesta de Europa para evitar el conflicto, pero, si no encuentra eco, ¿será suficiente para desactivar la escalada comercial y evitar una confrontación abierta? Yo tengo mis dudas.
Al mismo tiempo, Europa debe afrontar un desafío interno aún mayor: su propia transformación sin perder su identidad. Alemania, el motor económico del continente, está tocando fondo en varios aspectos. El país que alguna vez fue sinónimo de estabilidad y crecimiento se ve obligado ahora a cambiar el pasado y repensar su futuro.
La industria alemana ha sufrido una caída significativa en producción y empleo, agravada por la crisis energética y la guerra en Ucrania. El colapso de su modelo económico ha obligado a este país a replantearse sus políticas, especialmente en sectores clave como la transición energética y la digitalización, y esto ha afectado al cambio de gobierno que se va a producir en este país. ¿Puede Alemania reinventarse antes de que su modelo de estabilidad se quiebre? Otra pregunta que tampoco sé contestar.
La presión es aún mayor si nos fijamos en los sectores más tradicionales, como el agroalimentario. Durante años, Europa ha mantenido un enfoque conservador en este ámbito, con políticas que no se cuestionaban, debido al "buenismo" que dominaba la agenda política, pero sobre todo porque nunca se había cuestionado la abundancia y la seguridad de la despensa comunitaria, que se daba por supuesta. La UE se mostró durante muchos años demasiado confiada, como la de aquellos niños que piensan que siempre van a encontrar el alimento o la bebida que buscan en el frigorífico.
La realidad es, sin embargo, bastante tozuda. Ursula von der Leyen y el comisario europeo de Agricultura, Christophe Hansen, han comenzado, sobre el papel, a impulsar una transformación de la política agroalimentaria, que veremos qué da de sí, poniendo la seguridad y la certidumbre en el abastecimiento de alimentos por delante de las consideraciones de tipo medioambiental, sin necesidad de obviar éstas del todo.
La nueva visión de futuro de la Agricultura y la Alimentación pone su punto de mira en avanzar hacia un sector agrario productivo y competitivo, pero para ello tendrá que dejar de ser sostenible y responsable. Pero, ¿será capaz Europa de transformar un sector tan arraigado, venciendo la resistencia de los países productores más tradicionales?
El reto al que se enfrenta Europa no es solo económico, sino también de identidad. Si bien, como hemos dicho, la UE apuesta en primer lugar por el diálogo y la diplomacia en sus relaciones con un aliado histórico como Estados Unidos, la situación actual obliga a replantearse muchas cosas para responder, en su caso, a las amenazas que llegan desde el exterior.
Por ejemplo, el presidente francés, Emmanuel Macron, insiste en que Europa tiene la obligación de hacerse respetar en el ámbito internacional, no permitiendo que otras potencias económicas dicten su destino. En este contexto, la necesidad de un "despertar europeo" nunca ha sido más urgente.
¿Cómo puede Europa adaptarse a este nuevo panorama? Con sus certidumbres puestas en entredicho, la UE debe reafirmar su identidad y encontrar nuevas formas de relacionarse con el mundo, asegurando su estabilidad económica y su coherencia política, mientras sigue expectante a la “espada de Damocles” que representa la amenaza de una guerra comercial promovida por la Administración Trump, y afronta la necesaria modernización de sectores clave. Está claro que el "buenismo" o las buenas intenciones de la diplomacia, sin tener ni mucho menos que descartarse, no parecen ser ya suficientes para el mantenimiento de la paz, la seguridad y la prosperidad. Europa tendrá que actuar, si cabe, con más contundencia en la defensa de su identidad y de sus intereses, y también ser más audaz y resiliente para navegar en un mundo cada vez más tormentoso e impredecible.
Recuerdo que hace no muchos años, desde las instituciones europeas nos dijeron que no era posible cambiar la fórmula para calcular el coste de la energía en Europa. A los pocos meses, cuando Rusia cortó el grifo del gas a Alemania, rápidamente se pudo cambiar, y se pasó ahí esa línea roja que siempre se nos decía desde Bruselas que no se podía tocar. Hay muchas otras cuestiones en esta misma situación que están estrangulando a los productores de alimentos, pues quizás ahora estamos en el momento en el que se pueda hacer una “desregulación de lo regulado que no sirve o no se aplica” con algunas cosas que no sirven más que para hacer papeleo en nuestro sector y que restan competitividad a los nuestros, para que podamos ser algo en nuestro propio continente y en el mundo. Pensémoslo y lideremos esta corriente en Bruselas, para que otros países sigan la senda, porque estoy convencido de que piensan lo mismo y tienen los mismos problemas.
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