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El punto de encuentro de la cadena agroalimentaria

Periódico Digital Qcom.es: El punto de encuentro de la cadena agroalimentaria

23 DE junio DE 2020

Los invisibles

Lo único que teníamos claro al comienzo de esta pandemia era que la incertidumbre había llegado para quedarse, instalada en la nueva vida surgida como consecuencia de la COVID-19. Poco o nada sabíamos, en aquellas primeras semanas, acerca del virus, de su transmisión, de la enfermedad, y tuvimos que ir aprendiendo a golpe de experiencia, aplicando en la mayor parte de las veces una metodología de ensayo-error, con dispares resultados.

Ahora, cuando hemos pasado con creces la barrera de los primeros 40 días confinados, con toda la población del país, 47 millones de personas, tratando de convertir en normalidad la situación más atípica y extraña del mundo, —la de tener prohibido salir a la calle, a los espacios comunes, y la de la imposibilidad de tener acceso a la vida social—, comenzamos a vislumbrar algunos cambios que han llegado para quedarse, tendencias que pueden afectar, y mucho, a los pequeños negocios, esas pymes formadas por dos, tres, cuatro trabajadores, y que inciden de modo especial en la alimentación de proximidad.

En el corazón de la capital de España, frente a la plaza de toros, se encuentra el Mercado de Ventas. Remodelado en 1995, se asienta sobre lo  que fue el mítico Mercado de Canillas, fundado en los 40, y es frecuentado en un altísimo porcentaje por personas mayores, jubilados con tiempo para perder charlando con su carnicero o haciendo colas, lo que en ocasiones supone su único contacto social de la jornada.

Su red la conforman pequeños empresarios, pescaderos, fruteros, charcuteros, aceituneros, personal de limpieza, de mantenimiento… con los que hemos pasado una jornada laboral. Han sido —y son— los invisibles, los eternos olvidados de nuestros puntuales aplausos vespertinos, hombres y mujeres que prestan un impagable servicio a la sociedad, cada uno con su historia personal a cuestas, con sus miedos y sus visiones diferentes del futuro que está por venir. Solo en una cosa están todos de acuerdo: nada volverá a ser como era antes de la pandemia.

 

Protección y servicio a domicilio es la tendencia al alza

El mercado amanece muy temprano, mucho antes de que abra sus puertas. Cada cual limpia su puesto, ordena el género, coloca los precios… se preguntan unos a otros cómo están, qué tal va ese familiar enfermo, si tienen noticias de tal o cual cliente. Algunos días, los peores, toca dar el pésame.

Rashid acaba de llegar de Mercamadrid, a donde sigue acudiendo, puntual, a su cita de las seis de la mañana. Nació en Alhucemas, al norte de Marruecos, tiene 49 años, y aunque en otro tiempo fue marinero, trabaja como pescadero en la empresa Sara desde hace 20 años, los mismos que lleva en España.

Rashid está casado y es padre de dos hijos «que no paran, de un lado a otro del piso todo el día». Su mujer teletrabaja desde casa y asegura que está padeciendo serios problemas de ansiedad. Él trata de ayudar con las tareas del hogar, prepara la comida, se ocupa de la ropa… «No es sencillo compaginar un teletrabajo de ocho horas con dos niños pequeños en casa a los que atender estando mi mujer sola». «Las cosas no están siendo fáciles. No podemos evitar sentir miedo ante la idea de que yo, que estoy todo el día fuera y en contacto con el público, pueda llevar el virus a casa. Económicamente tenemos más gasto que cuando los niños comían en el colegio, pero nos sentimos afortunados de tener trabajo».

El pescadero confirma los primeros cambios que ha percibido a su alrededor, esas transformaciones en el mercado, en los clientes, en el negocio: «Las personas que vienen lo hacen protegidas por mascarillas, muchas llevan geles con los que se limpian continuamente y se marchan lo antes posible. Se puede palpar el miedo».

Un descenso del 80% de las ventas al permanecer bares y restaurantes cerrados

Se abre el mercado. Se levantan los cierres de cada puesto, de los que aún sobreviven a la pandemia (alrededor del 80%) y todo está preparado, en su lugar. Los dependientes se colocan sus guantes y sus mascarillas y comienzan a recibir a los clientes más madrugadores.

 Juan Carlos Martínez Ramos es pescadero y tiene 53 años. Él nos acerca al primero de los problemas que atraviesa el sector:

«La venta ha bajado un 80% porque vendíamos a bares y restaurantes y están todos cerrados, esos son clientes perdidos y quién sabe cuántos de ellos podremos recuperar. Además, el resto de nuestros clientes son gente mayor y ahora no salen. La gente joven va a los supermercados a comprarlo todo y el mercado ha perdido mucha clientela. Por un lado piensas que este sector tiene que salir adelante porque esto es comida, y la comida no puede faltar, pero por otro los supermercados se están llevando la palma porque en estos momentos es la gente joven la que sale a hacer la compra, y ellos no tienen cultura de mercado. Los mercados son para pasearlos, para dar vueltas, y ahora vueltas no se pueden dar».

Juan Carlos ha tenido que aprender a convivir con una doble espada de Damocles sobre su cabeza. Vive con su mujer y su hija, de 20 años, que trabaja en el sector sanitario: «Mi hija está trabajando en un hospital y si yo tengo riesgo ella lo tiene más. Todos los días va a trabajar con la que está cayendo, los dos salimos cada mañana y dejamos en casa a mi mujer, que es una persona de riesgo».

Ya sabe lo que es perder a los suyos por la COVID-19: «A todos nos va a tocar alguien, a mí el primero. Tengo cuatro muertos en mi familia, dos tíos, hermanos de mi padre, el padre de mi cuñado y otro hermano de mi cuñado, de 65 años».

Ole por vosotros

Muchos nombres propios, muchas historias alrededor de este mercado, detrás de los hombres y mujeres que trabajan cada día para que en nuestra mesa no falten productos frescos. El día va pasando, los clientes vienen y van, y los pedidos a domicilio son continuos.

«Mucha gente mayor nos dice ‘ole por vosotros’ por estar aquí, no solo los bomberos y los sanitarios son importantes, nosotros también lo somos porque damos de comer». Quien así habla es Juan Carlos del Palacio Vázquez, que regenta el puesto 145 del mercado junto a su hermano Pedro, una pescadería. «Los márgenes se han reducido, entra poco pescado, más caro, y nosotros vendemos más barato».

Hamilton Paul está casado, tiene 41 años y dos niños de 4 y 5. Es  charcutero. «Los peques me piden que me ponga mascarilla, guantes, están más concienciados incluso que los adultos. Hemos compensado la venta a restaurantes con el aumento de consumo particular, eso sí, siempre que lo llevemos a domicilio. Me emociona cuando la gente nos dice ‘gracias por estar aquí, de cara al público’.

Jesús Mesonero, de 54 años, es empleado de una carnicería en el mercado, vive con sus padres, de 83 años, ambos personas de riesgo potencial no solo por su edad sino por sus patologías.

«El trabajo ha bajado un poco. Ahora hay mucho pedido o encargos que nos hacen por teléfono y la gente viene y ya se lo tenemos preparado. El futuro lo veo muy mal, sobre todo para los que tenemos tiendas pequeñitas, todo será para los supermercados esto es bonito pero es antiguo y la gente joven va al supermercado y lo compra todo sin colas y más rápido, aquí se tarda más. Lo mejor es cuando te lo agradecen. ‘Gracias por estar aquí, por ayudarnos’ nos dicen. Y con eso nos quedamos».

Manuel González, aceitunero, lleva trabajando en el Mercado desde el año 87.

«Esto nos ha venido, nos ha dejado descolocados y no sabemos cómo atacarlo. A la vez estamos más tranquilitos y hemos frenado el ritmo de vida que llevamos. Yo lo que estoy viendo es que parece que somos más buenos, más respetables y más respetuosos, como mejores personas, y estoy observando una actitud muy positiva en la gente.

Son muchos los que no se atreven a salir de casa y han puesto su fe en nosotros. Me ha sucedido que alguna persona mayor me ha llamado para hacerme un encargo de aceitunas o bacalao, y de paso me han pedido una barrita de pan, una botella de leche y un poco de jamón york, y mira, se lo compramos y se lo acercamos, y no es el valor de lo que le lleves, porque a muchas personas se lo dejamos en la puerta  y no se lo cobramos para que no cojan nada por nuestra culpa, y luego nos llaman para agradecérnoslo muy de verdad, con ese agradecimiento sano de corazón, y nos da una satisfacción personal muy grande el poder servir a la clientela, y es lo que nos hace seguir luchando y venir aquí todo los días, con precaución pero sin miedo, y seguir luchando porque si superamos esto será entre todos, gracias a la gente».

Manuel piensa que esta situación debe servir para hacer una profunda reflexión y tratar de cambiar el tipo de vida que hemos estado llevando hasta ahora:

«Soy precavido, veo que esto nos ha dado una lección de frenarnos, de mirar a los que tienen menos recursos y acercarse un poco a la gente. Antes teníamos esas madres con cinco y seis hijos que hacían un apartado para la comida, otro para el colegio, y luego apartaban un poquito para el por si acaso; y ahora llevamos una dinámica de coches, teléfonos, viajes a pagar en seis meses, en un año, y cuando nos han dado en el cogote, decimos ¿pero esto de dónde ha venido? y las letras están ahí, hay que pagarlas, y a ver qué hacemos.

Esto nos sirve para admirar trabajos que antes no se reconocían, para mí, por ejemplo, la gente que está limpiando el mercado, los hospitales, que antes parecía que estaban ahí y no les hacíamos caso, tienen un mérito fabuloso, igual que los sanitarios, las fuerzas de seguridad, que se están jugando la vida todos los días para que nosotros podamos seguir adelante y vamos a salir más reforzados».

Paseamos por el mercado, deambulando. El catálogo de mascarillas es sorprendente. Una persona se ha fabricado una rudimentaria con un folio. Otra lo ha hecho con un filtro de café.

Adrián y Pedro trabajan en el mantenimiento del mercado. Adrián tiene 34 años, vive con su mujer y asegura que está comenzando a apreciar cosas sencillas que antes no valoraba, como dar un paseo, consciente de que lo que antes nos parecía normal ahora es extraordinario. Son los últimos en salir, los que echan el cierre al mercado después de limpiarlo a fondo, desinfectándolo, y dejándolo preparado para la jornada de mañana. Los últimos invisibles que regresan a casa después de trabajar para que los demás tengamos un plato de comida en la mesa. Recuérdelos la próxima vez que abra su nevera. Ahora tienen nombre y rostro.

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