30 DE septiembre DE 2024
Otro año más en el que los agricultores europeos han de hacer frente a una cosecha exigua de cereales y oleaginosas. Las de 2022 y 2023 ya fueron de las peores en los últimos diez años, puesto que la producción de cereales cayó a mínimos históricos.
Al parecer este 2024 será incluso peor, desafortunadamente, ya que se espera que el resultado sea hasta un 9 % menor que la media del decenio. La realidad es que, desde el año 2000, el rendimiento productivo de los cereales y las oleaginosas de la UE está congelado.
Cuando sí hubo un aumento de la producción de las oleaginosas fue consecuencia de una expansión de la superficie y no por la mejora del rendimiento “per se”.
Que las épocas de crisis se vuelvan una tendencia es una señal de que hay problemas estructurales a los que ya no podemos hacerle la vista gorda. El estancamiento del rendimiento e incluso el descenso de la producción pueden deberse a un gran abanico de factores relacionados entre sí, además de al indudable protagonismo del cambio climático.
Con el paso del tiempo los fenómenos climáticos extremos cada vez son más comunes, lo que termina causando grandes pérdidas, ya sea a causa de las sequías, como en España en 2023 donde se perdió el 40% de la producción, o bien a causa de las intensas lluvias e inundaciones, como con la recientemente la tormenta Boris.
Los cambios en los fenómenos climáticos también contribuyen a la presión que ejercen las enfermedades y las plagas. Ya observamos algunas plagas nuevas que han logrado adaptarse a climas más templados, pero también vemos un aumento de la prevalencia de las que ya conocemos. En ese mismo sentido, el exceso de agua en algunas regiones ha causado algunos brotes a niveles nunca vistos.
A su vez, cada vez hay menos herramientas que los agricultores puedan usar para combatir todas estas plagas y enfermedades. En 2001 había unas 900 sustancias activas en la UE; hoy en día disponemos de menos de 470.
La realidad es que se están aprobando algunas alternativas, tales como los métodos de control biológico, pero con una lentitud inaceptable. De media, cada año los agricultores europeos dejan de poder usar unas dieciséis sustancias activas convencionales y solo se aprueban unas seis alternativas, la mayoría de las cuales no se pueden utilizar a campo abierto y cuya eficacia no es comparable.
En cuanto a la lucha contra la sequía, se incide en el desarrollo de nuevas variedades de cultivos que se adapten a las condiciones climáticas extremas. Sin embargo, incluso este ámbito está estancado.
Sin nuevas herramientas, tales como las nuevas técnicas genómicas que todavía no están aprobadas en la UE, no será fácil avanzar con la rapidez necesaria para que los Estados miembro más afectados puedan seguir produciendo.
En un contexto así, es una pena que el informe Draghi no haya incluido este aspecto tan crucial para nuestra competitividad.
Malas hierbas
Otro elemento que afecta duramente a la producción comunitaria de cereales y oleaginosas es la ingente presión de las malas hierbas que hemos presenciado estos últimos años. Si bien todavía no disponemos de datos suficientes para conocer el alcance de ese aumento, es evidente que a los agricultores cada vez les resulta más difícil controlar las malas hierbas.
Tal y como ocurre con las plagas y las enfermedades, las buenas prácticas agrícolas pueden reducir en gran medida la presión de las malas hierbas, pero solamente si van de la mano con productos fitosanitarios (ya sean convencionales, biológicos o de otro tipo).
De nuevo el problema es que cada vez hay menos sustancias disponibles y eso lleva al aumento de la resistencia. Cabe recalcar que no controlar las malas hierbas desembocará inevitablemente en un incremento de los riesgos para la salud, como por ejemplo la aparición de los alcaloides del cornezuelo.
Sin duda alguna, la caída de la productividad y de la calidad conllevará la pérdida de beneficios y una menor seguridad en el suministro de alimentos, piensos y materias primas para los combustibles producidos en la UE.
Además de esta pérdida de la productividad, desafortunadamente, los agricultores han tenido que hacer frente a un doble castigo en estos últimos tres años. Por una parte, desde el COVID-19 los costes de producción se han disparado, sobre todo los de los fertilizantes.
Este fenómeno se acentuó con el estallido de la guerra en Ucrania, por el cual los precios de los fertilizantes aumentaron de forma exorbitante: en el caso de la urea, por ejemplo, pasó de 200 euros antes de la guerra a 1.000 euros en su punto más alto, y ahora se encuentra en unos 400 euros.
Dependiendo de la región, los fertilizantes suponen entre el 30 % y el 50 % del coste de la producción de oleaginosas y cereales. El segundo problema surge de la liberalización del comercio con Ucrania para contribuir en la guerra, lo que ha acabado inundando el mercado comunitario de cereales y proteaginosas ucranianas a precios irrisorios.
Ucrania
Las importaciones de cereal de Ucrania pasaron de 9 millones a más de 18 millones de toneladas por año, lo que equivale al 7 % de la producción comunitaria. En el caso de las de las oleaginosas pasaron de 5,5 millones a 8 millones de toneladas, es decir, aproximadamente el 25 % de la producción comunitaria.
A su vez, la UE no redujo las importaciones de terceros países, mientras que la producción y el consumo se mantuvieron al mismo nivel. Todo ello derivó en un exceso de oferta en el mercado comunitario, lo que hizo que, a su vez, cayeran los precios a niveles insostenibles.
Ahora más que nunca, es hora de que la UE actúe para restaurar la ambición de sus sectores de los cereales y las oleaginosas, tanto a corto como a largo plazo. Hemos de mantener nuestro apoyo a Ucrania, pero hemos de abordarlo de manera equilibrada.
La revisión que se está llevando a cabo del Acuerdo de Asociación con Ucrania ha de incluir salvaguardias para limitar las importaciones y garantizar la igualdad de condiciones en cuanto a las normas de producción. También se ha de establecer un entorno competitivo en el sector de los fertilizantes para que los agricultores comunitarios tengan acceso a ellos, pero a un precio comparable al que tienen sus homólogos a nivel mundial.
Finalmente, en cuanto a ofrecer a los agricultores las herramientas necesarias para seguirle el ritmo al cambio climático, la UE ha de abordar dicho asunto con mucho más apremio. Hay muchas otras alternativas por ver, pero encontrar una solución exige ingentes inversiones, un enfoque pragmático y realista y una gran voluntad política.
La Presidencia húngara ha incluido los cereales y las oleaginosas en el orden del día del Comité Especial de Agricultura de la UE. Esperamos que los Estados miembros aprovechen esta oportunidad para evaluar la realidad de la situación a la que se enfrentan estos sectores estratégicos en la UE y comenzar a actuar como se debe con vistas a desarrollar soluciones estructurales para los problemas estructurales.
Los agricultores europeos tienen fe en el futuro y quieren trabajar para encontrar soluciones, pero no pueden hacerlo solos. El apoyo y el compromiso de la UE y de las instituciones es esencial.
*Cedric Benoist es presidente del Grupo de Trabajo “Cereales” y Stephan Arens, presidente del Grupo de Trabajo “Oleaginosas y proteaginosas”, ambos del COPA-Cogeca.
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